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26 de enero de 2012

Paseo matutino

Hoy, como casi todos los días, salí a dar mi paseo de salud matinal. Como siempre me encontré con personas que corrían, bien para ir al trabajo, bien para llevar a sus hijos al colegio o acudir a sus quehaceres.
                      En el barrio que vivo hay gente de muchos lugares, de muchos sitios y me gusta observar mientras camino a buen ritmo. A veces saco mis propias conclusiones sobre que ira pensando esa persona, por su forma de mirar o de vestir. Hay momentos interesantes y de algunos se podría escribir alguna que otra historia.
                    El de hoy ha sido mágico, sencillo, muy amoroso y digno de ser mencionado. Al torcer una esquina camino de mi casa, me encontré con la siguiente escena. Un grupo de personas mayores, bien abrigados y algunos con una pequeña bolsa en las manos, estaban, junto a personas más jóvenes, que probablemente fuesen sus hijos, hermanos o nietos, esperando que llegara el autocar que les iba a transportar al centro de mayores para pasar el día. Algunos se acurrucaban o apoyaban en la pared del edificio que estaba a su espalda, otros permanecían cogidos a la mano de la persona más joven y otros, los más, hablaban entre ellos con cierto interés. De repente me vi transportada a mi infancia, cuando mi madre,  me llevaba a la esquina de la calle Jorge Juan con Doctor Esquerdo, para esperar la ruta 5 que me iba a conducir al colegio. Me acuerdo de sujetar su mano con fuerza, como si no quisiera sepárame de ella. Otras veces me metía entre el abrigo de mi madre porque hacía un frio de mil demonios y parecía que el calor que despedía aquel cuerpo delgado y enjuto me lo iba a paliar. Yo también llevaba una bolsita con el desayuno y un Baby de color verde, con mi nombre bordado, y esperaba a que llegaran más compañeros para comentar algo con ellos. Cuando crecí era yo la que acudía sola a esperar la ruta del colegio y hoy he visto a esa niña reflejada en esos ancianos. Ancianos frágiles, que ya lo dieron todo, he hicieron lo que pudieron o  lo que mejor sabían para sacar a sus hijos adelante. Ancianos que tienen miedo y frio, como nosotros, como yo de pequeña. Ancianos que buscan refugiarse al calor de la mano de su hijo, de la chica de turno o del vecino generoso que les acompaña en ese momento. Ancianos que ya no piden nada, solo esperan, y mientras siguen intentando ser felices, relacionarse, acatar ahora lo que sus familias les indiquen para el bien de todos. Ancianos con cara de niños que solo esperan que les digamos !Gracias yo también te quiero!